Hacer uso del
aspecto emocional de las personas es una técnica clásica para causar un cortocircuito en el análisis racional,
y finalmente atacar o anular el
sentido crítico de los individuos. Es una táctica esencial para
el control y dominio de las masas.
Por otra parte, la utilización del registro emocional permite abrir la puerta de acceso al inconsciente para implantar o injertar ideas, leyes, deseos, miedos y temores, compulsiones, o inducir comportamientos… Es típico, como hemos podido ver recientemente, el aprovechamiento de algún suceso con gran repercusión mediática para intentar imponer la modificación de las leyes hacia un mayor endurecimiento de las penas.
En casos en que el suceso (un acto terrorista, por
ejemplo) haya logrado, por su contundencia en sí y por la conveniente
amplificación en los medios de comunicación, el suficiente grado de
interiorización en el público, el grado de presión social puede llegar a ser
tal que exija reacciones unánimes; de modo que quienes se resistan o pongan en
duda las medidas pedidas serán tachados de insensatos, traidores o cómplices.
De igual manera, la agitación de ciertos miedos y alarma
social con toda clase de medios es un arma eficaz previa a la implantación o
aprobación de medidas que el público, el pueblo soberano, va a demandar, con la
creencia de que su decisión emana de su más pura e incontaminada racionalidad.
Se trata de una de las más potentes “armas silenciosas” del sistema,
afortunadamente cada vez más desenmascarada, según vamos conociendo el
funcionamiento de lo que se ha dado en llamar la “doctrina del shock” (ver
reportaje de N. Klein).
Recursos empleados en los medios de comunicación como la frase-slogan, el
titular estudiado, la gracieta, los tópicos míticos y los chismes de fácil
puesta en circulación, el simple descalificativo, la exageración desmedida, la
insistencia cansina, la repetición mil veces de la misma mentira hasta
convertirla en verdad (cuando el río
suena, agua lleva)… son herramientas eficaces, con toda su
irracionalidad, que dan cien mil vueltas a todo el racionalismo que en el mundo
ha habido.
Por más que
presumimos de ser una especie de animales racionales, no le demos vueltas: el
irracionalismo gana por goleada en nuestra ajetreada y tambaleante existencia. Dime de qué presumes y te diré de qué careces.
Por otra parte, el “siglo de las luces”
ha sido una y mil veces pisoteado para que la razón o la inteligencia con horizonte universal no
floreciese; no en vano al
racionalismo del siglo XVIII sucede pronto el romanticismo,
movimiento en el que el sentimiento, los particularismos y lo irracional son
prevalecientes. Y ahora ya estamos en el terreno de la “inteligencia emocional” de
horizonte individualista, con la autoayuda, el me quiero mucho, me lo merezco…
y me hundo en un deprimente “Juan Palomo,
yo me lo guiso y yo me lo como”. No hay más que ver adónde nos ha
metido el dejarnos llevar por la creencia implantada por el nuevo orden mundial
en las masas de que “la solución a tu problema” está en el individuo. Preguntad
a cualquier persona afectada por impago de hipoteca qué puede hacer para evitar
el desahucio, estando sol@ y en paro, frente la maquinaria del sistema bancario
y jurídico. Tras tanto canto al individualismo,
no hay más que ver qué nos está ocurriendo por haber dejado aparcada durante
tantos años el arma fundamental de la ciudadanía a secas: la solidaridad.
Recurso a lo íntimamente mítico, la sangre,
lo impactante emocionalmente, la madre, la patria, el agua… Mencionarle el
agua a un levantino es como mentarle a la madre que lo parió. O a la madre
patria a un patriotero. O su pueblo a mi tío Andrés. La vida cotidiana está
cuajada de creencias infundadas, mitos, supersticiones. Las creencias y valores
éticos o religiosas, l@s niñ@s, las víctimas del terrorismo…son elementos que
componen nuestra emotividad, un fondo
oculto manipulable por los parásitos de lo ajeno. No digamos si unimos en
el mismo caso niño y víctima… ahí ya podemos encontrarnos incluso con los que
exigirán la implantación momentánea de la pena de muerte. ¿Por qué unas vidas
se valoran tanto y otras valen tan poco? ¿Cómo se puede ser a la vez un
aguerrido defensor de la vida y de la pena de muerte? La contradicción está
íntimamente unida al mundo de la emotividad y el irracionalismo todo lo
perdona.
¿Qué decir de la alianza de religión y adscripción política?
Sin duda, la interiorización de determinado “credo” supuestamente
ético-religioso, que no tiene por qué ser consciente o decidido personalmente,
coloca a un número enorme de personas no sólo en el lado derecho de la
política, sino frente a un foso de proporciones tan gigantescas que jamás le
permitirán dar un paso para ir al otro lado. La utilización de esta fuente
inagotable e irracional de fieles bien merecería un análisis más certero a la
hora de explicar por qué se producen ciertos resultados electorales
incomprensibles desde la racionalidad.
En el
establecimiento del “nuevo orden mundial”, el cambio en los valores es fundamental: el tener prevalece claramente sobre el ser;
vales más por lo que tienes que por lo que eres; el ser importa mucho menos que
la apariencia (la necedad puede llegar a que alguien se crea tanto más rico
cuanto más grande es su hipoteca). Y contra ese cambio de valores bien consolidado
va a ser difícil hacer nada ya.
La infancia vuelve a jugar un
papel muy importante en este campo de la propaganda interesada, del chantaje emocial: ¿habrá un padre
tan despiadado que no quiera tener el último grito en seguridad al montar a su
hijo en su coche? ¿Va a privar a su hij@ de los últimos juguetes que ha visto a
los vecinos? ¿Va a permitir que l@ discriminen por no vestir a la moda? Si no
tienes lo que tienen los demás, si ganas menos, si no vas de vacaciones a donde
todo el mundo y, sobre todo, si no eres capaz de comprarle a tus hij@s lo que
todo el mundo… ve considerándote un
desgraciado.
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