Esta estrategia consiste en promover que el público llegue a creer
que es moda el hecho de ser estúpido, vulgar e inculto…Algo que parece
una estupidez, tratándose de nosotros, nada menos que la especie que presume de
inteligencia.
Pero funciona. ¡Vaya si
funciona! No hay más que hacer un barrido por las televisiones
en horario de máxima audiencia. ¡Oh, la audiencia! Palabra
mágica que todo lo envuelve y justifica. Pues ahí, sin ir más lejos, ya
encontraremos ejemplos abundantes de la mediocridad como modelo.
Y no hace falta, creo, poner nombres ni de personas ni de cadenas. Claro que el
público está obligado a ser complaciente con la mediocridad que se le ofrece,
pues se da por hecho que eso es lo que el público demanda. Un auténtico círculo
vicioso cuyo resultado es el apetecido: más y más de lo mismo. Y una sociedad TELEdirigida.
Vemos continuas entrevistas a personajillos
cuya mayor hazaña ha sido poner los cuernos, vivir del cuento o dar patadas a
un balón a precio de oro, catetos que apenas saben articular cuatro palabras
más tras el obligado comienzo: “bueno, pues…” (por cierto, ¿es necesario
televisar los gargajos de un futbolista sobre el césped?) Chabacanería,
chismes, casquería, muchas risas, reality show y griterío; mucha gente
joven y guapa, eso sí, incluyendo por supuesto a la duquesa de Alba; gente de
moda y pasarela, gente de anuncio… ¿Queda alguien normal por ahí? ¿Dónde quedan
intelectuales y gente con algo que decir? No, no me refiero ahora a los
políticos.
Gran protagonismo juvenil. Pero una juventud tan sólo presencial, sin valores del pasado
ni esperanzas de futuro. Juventud uniformada por las modas, becarios trajeados
creyéndose jefes de personal. Pasotismo a espuertas, eso es
fundamental: ante todo juventud apática, cortando de raíz su rebeldía. Con
mucho videojuego, vida nocturna y botellón. Y algún refugio, claro, a la falta
de acomodo: bien sea en el frikismo, exaltación de lo
ridículo, bien sea en marginales y ya previamente desprestigiados grupos
radicales.
La banalidad, puesta de moda en las lecturas, en la
programación audiovisual y en los modos de comportamiento, corresponde al gusto
por lo insustancial y a la necesidad de lo superfluo; es el fruto del entrenamiento de
la sociedad en la superficialidad en la valoración de tener sobre el ser, en la falta de espíritu crítico. Y que nos pase
la vida sin ocuparnos de algo que de verdad importe.
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