Olivier
Clerc explica este fenómeno de la gradualidad
en su libro “La rana
que no sabía que estaba hervida… y otras lecciones de vida”
(2005) con la siguiente parábola:
Imaginemos una cazuela llena de agua, en cuyo interior nada tranquilamente una
rana. Se está calentando la cazuela a fuego lento. Al cabo de un rato el agua
está tibia. A la rana esto le parece agradable, y sigue nadando. La temperatura
empieza a subir. Ahora el agua está caliente. Un poco más de lo que suele gustarle
a la rana. Pero ella no se inquieta y además el calor le produce algo de
fatiga y somnolencia.
Ahora el agua está caliente de verdad. A la rana empieza a parecerle
desagradable. Lo malo es que se encuentra sin fuerzas, así que se limita a aguantar
y no hace nada más. Así, la temperatura del agua sigue subiendo poco a poco,
nunca de una manera acelerada, hasta el momento en que la rana acaba hervida y
muere sin haber realizado el menor esfuerzo para salir de la cazuela.
Si la hubiéramos sumergido de golpe en un recipiente con el agua a cincuenta
grados, ella se habría puesto a salvo de un enérgico salto.
Para lograr que se acepte una medida
inaceptable, basta aplicarla gradualmente, con cuentagotas, por años
consecutivos. Fue de esta manera gradual y sistemática como se fueron
imponiendo condiciones socioeconómicas radicalmente nuevas (neoliberalismo o
liberalismo neocón) durante las décadas de 1980 y 1990: Estado mínimo,
privatizaciones, precariedad, flexibilidad, desempleo en masa, individualismo
frente a solidaridad, ataque a organizaciones sindicales, deslocalización,
desregulación, salarios que ya no aseguran ingresos decentes, tantos cambios
que hubieran provocado una revolución si hubiesen sido aplicadas de una sola vez.
La estrategia de la gradualidad está
siendo aplicada constantemente, afectando tanto a las grandes decisiones que
hipotecan nuestro futuro como a las decisiones domésticas; tanto a sucesivas
subidas de impuestos como al aumento
gradual del recibo de la luz aplicando 4 subidas en un año.
Echando la mirada hacia atrás, puede parecernos mentira cómo se ha
podido ceder tanto; cómo del derecho al trabajo se pasa al trabajo-basura como
si nada, la arbitrariedad se llama ahora flexibilidad, el patrimonio público ha
ido cayendo en manos privadas de los pudientes, los sindicatos han quedado
desprestigiados y allá se las componga cada cual con su jefe, los puestos de
trabajo aparecen y desaparecen en función de la ganancia para el capital, el
Estado minimizado es incapaz de controlar la economía que se rige por la ley
del egoísmo más despiadado; al calor
del consumismo, poco a poco, el nuevo orden mundial ha venido y
nadie sabe cómo ha sido. Libertad y felicidad a base de consumismo ilimitado,
la rueda que describe el círculo vicioso de una economía absurda e
insostenible: producir para consumir – consumir para producir. La publicidad, la caducidad programada de los
productos (ver el
reportaje “Obsolescencia programada”)
y la facilidad de
obtener créditos para adquirir
lo innecesario han sido el caldo de cultivo.
Tras los experimentos puntuales aquí y allá (y de ello da algunos ejemplos el
reportaje “La doctrina del shock”) era el momento de desarrollar a nivel
mundial todo el entramado de normas, leyes, organismos y propagación de
ideología que propiciarán la pérdida de autonomía personal y hasta de los que
aún se siguen creyendo estados o pueblos soberanos. En ésas estamos. Y la rana
no sabe que está hervida.
La solución que propone Olivier Clerc es estar siempre en situación de
alerta: “Lo que nos enseña la alegoría de
la rana es que siempre que existe un deterioro lento, tenue, casi
imperceptible, tan solo una conciencia muy aguda o una memoria
excelente permiten
darse cuenta de ello, o bien un patrón de referencia que haga posible valorar el estado de la situación”. Pero
no hay que olvidar que los técnicos de la manipulación, no lo dudéis,
siguen cobrando por su incesante tarea de destruir conciencia, memoria y
patrones de referencia.
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