Otra manera de hacer aceptar una
decisión impopular es la de presentarla como “dolorosa pero necesaria”,
obteniendo la aceptación pública, en
el momento, para una aplicación futura.
Es más fácil aceptar un sacrificio futuro que un sacrificio inmediato. Primero,
porque el esfuerzo no es empleado
inmediatamente. Luego, porque el público, la gente en general,
tiene siempre la tendencia a esperar
ingenuamente que “todo
irá a mejorar mañana”
y que el sacrificio exigido ahora podrá ser evitado. Esto da más tiempo al
público para acostumbrarse a la idea del cambio y aceptarla con resignación cuando llegue el momento.
Un ejemplo claro y actual de esta estrategia de manipulación es la propuesta de alargar la edad de jubilación; con el fin de que la ciudadanía no se alarme y acepte dicha medida, “dolorosa pero necesaria”, esa propuesta claramente impopular se impondrá contando con dos métodos infalibles: la gradualidad y diferir su aplicación para dentro de “x” años. El nuevo orden mundial, que nos domina querámoslo o no reconocer con pensamiento dominante y gobierno de los mercados, exige la implantación de esta medida “para sacarnos de la crisis” y garantizar las pensiones en el año la pera. ¿Para salir de la crisis, una medida que se va a aplicar dentro de 15 años? No, no es para salir de la crisis. La aplicación en diferido es más aceptable, ayudada por la ingenuidad de pensar que, para dentro de unos años, posiblemente todo ha vuelto a ir sobre ruedas y ya no hará falta esa medida; por otro lado, se habrá dispuesto de tiempo para la aplicación gradual, que acabará con “la rana hervida”.
Otra forma de trabajar con la estrategia de diferir es muy recurrente y actual:
consiste en llevar a la ciudadanía a una situación extremadamente
delicada para que acepte como necesarias las medidas que el sistema quiere
implantar, bajo la presión
machaconamente repetida de que sólo con la aplicación de esas medidas se podrá
salir de tal situación problemática. Esta estrategia está relacionada con
la de “crear problemas para después ofrecer soluciones”. Sólo que en este caso
las soluciones a saber para cuándo vendrán…si llegan. “¡Tan largo me lo fiais!”, que dijo Tirso en El Burlador de Sevilla. Reiteradamente
se nos alecciona con que “lo peor ya ha pasado”, que vamos “en la buena
dirección” y que ya se ven “luces al final del túnel”, luces que sólo parecen
ver quienes previamente se hayan fumado algunos “brotes verdes”.
Pues ahí tenemos la llamada “Reforma
Laboral” (más bien una Contrarreforma) como ejemplo de
aplicación de esta estrategia: tras haber llegado a una situación límite de
desempleo, se nos proponen e imponen
recortes bestiales en la inversión pública, desaparición de
servicios públicos básicos, subidas de impuestos, congelación o bajada de
salarios, pérdida de derechos laborales… como medidas necesarias,
como la única solución para crear
empleo en el futuro.
Por otro lado, se oculta a la ciudadanía que el Gobierno tiene una capacidad prácticamente nula para generar empleo,
dado que inmerso en la corriente neoliberal dominante, ya se ha desprendido
prácticamente de su participación en la economía productiva de la Nación. Es
más, ese Gobierno ni siquiera tiene las competencias de Empleo, al haber sido transferidas a las Comunidades Autónomas.
Su función es meramente instrumental:
aplica las medidas que el sistema exige, BOE en mano y votos como patente de
corso, bajo la maniobra de diferir. El Presidente Rajoy, ante
las negras previsiones de la economía para el empleo, ya se pone la venda
asegurando que las medidas no crearán empleo a corto plazo (desde la oposición
exigía que produjeran efecto al día siguiente, ahora sólo hay "vislumbres"), son necesarias para generar
confianza en los mercados y luego vendrá el empleo; el presidente de la
patronal CEOE se permite anunciar que se creará empleo “cuando la economía
mejore”. Valiente pronóstico: es como decir que cuando llueva, caerá agua.
Entre los muchos ejemplos del recurso a diferir para colarnos decisiones que de
otra manera levantarían oposición ciudadana, es muy curioso y recurrente el
empleado con respecto a la
privatización de bienes, servicios o empresas públicas:
siempre ese proceso va acompañado de
promesas de abaratar costes y mejorar el servicio. La
privatización de Endesa
en los tiempos del Aznar_Rato iba a suponer para la ciudadanía una rebaja en el
recibo mensual que…nunca vimos; el petróleo saldría más barato privatizando Repsol, el servicio telefónico
privatizando Telefónica
y privatizando Argentaria
nuestra banca iría viento en popa; en fin, un largo rosario de mentiras, sin olvidar aquella de
que con la liberalización del suelo
el precio de la vivienda iba a bajar considerablemente.
Los
planes de privatización de la Sanidad en
Madrid, felizmente paralizados por la Marea Blanca y por los tribunales,
van acompañados de propaganda de ahorro
y mejora del servicio, promesas que no son avaladas ni por dato fiable
alguno ni por otras experiencias ya llevadas a cabo, como el llamado “modelo
Alzira”. Lo que sí hemos podido comprobar es que los dos consejeros anteriores
de sanidad pronto fueron fichados por empresas privadas que hacen negocio con
la salud: las puertas giratorias sí que funcionan.
Llegados a este punto, no quiero dejar pasar por alto el tema del agua. El Gobierno Regional
de la Comunidad de Madrid está empeñado en privatizar la gestión del Canal de
Isabel II. No faltarán las promesas
diferidas al futuro de un abaratamiento del recibo del agua y la mejora de la
calidad del servicio. De hecho, como paso previo a que la
ciudadanía dé el consentimiento, no faltará una subida del precio del agua para
crear el descontento previo por el precio abusivo del servicio aún público.
Pero ya sabemos que las empresas privadas, más aún los monopolios, no son
precisamente hermanitas de la caridad; están para ganar dinero. Así que es
fácil adivinar qué nos depararía el futuro si permitimos que se consume la
cesión a manos privadas por 50 años de la gestión de un bien escaso y
necesario y de demanda creciente. Pregunten en París por las mejoras y por qué tras años de cesión
a la empresa privada, se vuelve a
municipalizar.
En
política encontramos un amplio campo para lo diferido. Las campañas electorales están llenas de
promesas, medidas anunciadas para el futuro y que, en este caso, muchas veces
no se tiene ni intención de cumplirlas. Pero una vez que la ciudadanía ha picado
el anzuelo, ha dado el consentimiento con el voto, luego las reclamaciones al
maestro armero. Y en cualquier caso, los vendedores de humo y mentiras cuentan
ya de antemano con estas dos ventajas a su favor: la resignación del público,
acostumbrado a que las promesas para el futuro no suelen cumplirse; y nuestra
enorme capacidad de olvido.
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