-Dejar que se desenvuelva o se intensifique la violencia urbana, con el fin de que la ciudadanía demande “mano dura”.
-U organizar atentados sangrientos, a fin de que el público sea el demandante de leyes de seguridad y políticas en perjuicio de la libertad.
-O también: crear una crisis económica para
hacer aceptar como un mal necesario el retroceso de los derechos sociales y el
desmantelamiento de los servicios públicos.
Ni éste ni ninguno de los demás métodos de manipulación son nuevos; quizás lo nuevo consista en:-el uso sistemático del conjunto de los mismos a la vez,
-la sensible mejora
de las técnicas para lograr objetivos
-y su aplicación con
un desparpajo y falta de escrúpulos asombroso.
Lo que tiene de particular este método en concreto con respecto a otros métodos
es que pone los pelos de punta nada más pensar que problemas de importante
gravedad han sido provocados por este tipo de “salvadores” o
“bomberos-pirómanos” para conseguir sus fines. Parece increíble. Y sin embargo,
podemos cosechar en la historia y en las hemerotecas ejemplos a montón al
respecto.
En general, los individuos llevamos mal que los poderes restrinjan nuestras libertades. Pero estos
poderes han encontrado la fórmula perfecta para llevarnos al huerto, cambiándonos libertad por seguridad.
Pero hay que crear la demanda para
presentar a continuación la oferta, ley
del mercado pura y dura.
Pues nadie compraría seguridad sin verse amenazado; así
que es precisa la “ocurrencia” de crear el
clima de inseguridad o hasta de pánico necesario para que la
ciudadanía implore seguridad al precio de lo que sea. Y ya sabemos qué es “lo
que sea”. Para la comprensión de todo esto es básica la difusión de
documentales como “La doctrina del SHOCK” de Naomi Klein (ver aquí un resumen
subtitulado en español y ver aquí el documental
completo).
Y aquí entra en acción el recurso a
los “mitos”, creencias que aún sin fundamento alguno han sido
sembradas entre la ciudadanía hasta haber arraigado. Resulta curiosa la fama
atribuida tradicionalmente a la derecha para la gestión de ciertos asuntos
públicos: la economía, el terrorismo, el orden público. En España, estos mitos
benefician claramente al Partido Popular, que algo habrá tenido que ver en la
creación de los mismos con sus “medios”.
Así, la derecha siempre gozó de buena fama entre la ciudadanía respecto al tema
del “orden público”.
Sin embargo, los hechos no se corresponderían con lo que encuestas de opinión
revelan. Es sabido que, siendo ministro Mayor Oreja, los niveles de
delincuencia subieron… casualmente; y sin embargo siguió siendo uno de los
ministros de Aznar mejor valorados. Su “programa estrella” consistió en la
desaparición de varios miles de efectivos policiales; la reacción apetecida se
produjo, por supuesto, en la demanda de más mano dura frente a la delincuencia;
y la solución también estaba prevista: la promoción de los sistemas privados de
seguridad (empresas en las que la familia Mayor-Oreja tiene amplia
participación). Eso, por no referirnos a otro tema de seguridad, la seguridad vial, las muertes en carretera:
a pesar de la propaganda que el PP gasta en el tema de la “defensa de la vida”,
tuvo que venir el malvado Rubalcaba para ir bajando año tras año el número de
muertes por accidente en carretera; algo que el envidioso Aznar no pudo
soportar e hizo aquellas ridículas declaraciones sobre las copas antes de
ponerse al volante. Actitud que se repite con respecto a los logros de Interior en la lucha antiterrorista:
no sólo se minimizan mediáticamente (ya no es tema de preocupación y así se
despacha todo mérito); además, nunca faltan voces atribuyendo éxitos policiales
a “cortinas de humo”, a “pacto con los terroristas y su entorno” o se buscan
recovecos para sembrar duda en la limpieza del trabajo llevado a cabo.
Mientras la derecha hace campañas que a veces poco disimulan una cierta
xenofobia, lo cierto es que con Acebes como ministro de Interior de Aznar
España fue un coladero para “sin
papeles”, la inmigración ilegal; cuando arreciaban las
críticas, el mismo Aznar salió al paso con aquel célebre “había un problema y lo hemos solucionado”.
Falso, como tantas veces. El problema estaba creado, con cerca de dos millones
de “sin papeles” haciendo las delicias de quien sólo ve en el ser humano carne
de cañón y mano de obra barata; pero luego a quien se señala como culpable es
al siguiente Gobierno, a quien tiene que enfrentarse al problema e intentar
solucionarlo; la reacción buscada ya se ha venido produciendo en brotes de
xenofobia aquí y allá, no faltando nunca autores intelectuales que avivan el
fuego ni voces para acusar a otros del “efecto llamada” (por cierto, el
“efecto llamada” se habría producido en todo caso por aquella pomposa
proclamación de Aznar “¡España va
bien!”). La solución prevista por la derecha que siempre quiere
volver nunca llegamos a saberla, como no sabemos la solución prevista a la
crisis económica, a las demandas autonómicas y no digamos ya al problema de la
corrupción. Pero lo que sí está siempre presente es la exigencia de que se vaya
el Gobierno “de los otros” porque ellos son los únicos capaces de dar
soluciones a cualquier cosa. Así pudo dogmatizar Montoro:dejad que España se
hunda, que ya la levantaremos nosotros.
La organización de atentados
sangrientos para conseguir una determinada reacción en la población
también cuenta con sus episodios en la historia de nuestro peculiar “género
humano”. Desde el incendio de Roma
que sirvió de excusa a Nerón para iniciar la persecución de los cristianos, al incendio del Reichstag con el que
los nazis empezaron a justificar sus atropellos o las Torres Gemelas que dieron alas
a Bush para sus planes belicistas, viendo aprobado inmediatamente lo que el día
anterior se le había negado en el Congreso. También fue casualidad que Rumsfeld
hablara, poco antes del horrible suceso, de la importancia de “algún hecho
externo” que viniera a “torcer el brazo” de los demócratas reticentes. Lo
cierto es que las alertas no funcionaron. Por supuesto, siempre quedan más
sombras que luces alrededor de este tipo de acontecimientos macabros, a pesar
del frecuente recurso a las llamaradas.
Tampoco hace falta extenderse mucho en explicar cómo quienes han creado primero
la crisis económica y financiera
son los mismos que, ante la demanda de soluciones urgentes, se proponen no ya
como consejeros de “lo que hay que hacer”, sino auténticos jueces y parte
interesada, obligando a que se tomen las medidas que su sistema necesita para
seguir machacándonos con sus especulaciones (ver “Miedocracia.
Funcionamiento especulativo de los mercados”, del programa “Salvados”).
Y la misma cuestión con los creadores de la
monumental burbuja inmobiliaria, puesta primero como ejemplo de
desenvolvimiento económico y posteriormente, punta de lanza para el acoso y
derribo del gobierno que heredó el problema en su versión del necesario parón y
del paro consiguiente. Quienes primero se ufanaron de que en los años de
bonanza de cada 10 puestos de trabajo europeos 8 eran en España,
posteriormente, con la crisis, de cada 10 parad@s europeos 8 correspondían a
España. Y si algo queda claro en esas cuentas es que “de aquellos polvos, estos lodos”; pero
eso ya no cuenta: de nada sirve el análisis frente a la brutalidad de los
hechos y la “doctrina del shock” funcionará para nuestra desgracia.
En ambos casos, los padres de la criatura se autoproponen como “la solución” al
problema que dejaron preparado. El caso es barrer para dentro a sabiendas de
que el pueblo “cornudo y apaleado”
difícilmente va a poder oponer resistencia a las medidas que se le propongan (o
mejor, impongan) bajo el estado de
shock; esa potente arma silenciosa capaz de doblegar gobiernos
a su antojo, como pudimos ver en el repentino cambio de rumbo en la política
del gobierno de Zapatero en mayo del 2010, cambio claramente impuesto
bajo los efectos del estado de shock. Pero afortunadamente siempre
quedará en la ciudadanía algún resquicio de lucidez dispuesto a crecer y
extenderse, invitando al despertar de
la razón. Pues, como escribió nuestro genial Goya al pie de uno de sus
Caprichos, “el sueño de la razón produce
monstruos“.
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