La mayor parte de la
publicidad dirigida al gran público utiliza lenguaje, argumentos, personajes y
entonación particularmente infantiles, muchas veces próximos a la debilidad
mental, como si el espectador fuese una criatura de poca edad o con poca
capacidad de raciocinio. ¿Pensamos que esto es casual, simple ocurrencia de los
creativos para hacerse graciosos o simplemente para llamar la atención? No
seamos ingenuos. “La forma más simple de
amplificador económico es un instrumento llamado publicidad”. Bien
lo saben. Y quienes recurren a la publicidad no dejan nada al azar. Está todo
calculado.
, más se tenderá a adoptar un tono infantilizante. ¿Por qué? Los maestros en la manipulación de masas tienen una poderosa razón: “Si una publicidad televisiva se dirige a una persona como si tuviera 12 años de edad, entonces, en razón de la sugestionabilidad, ella tenderá, con cierta probabilidad, a una respuesta o reacción tan desprovista de sentido crítico como la de una persona de 12 o menos años de edad” (“Armas silenciosas para guerras tranquilas”).
Por
supuesto que toda publicidad trata de llamar
la atención. Pero la utilización de este recurso va más allá y
busca la eficacia de la respuesta
buscada, algo bien estudiado en la psicología de la conducta: a
un estímulo infantiloide y acrítico responderá una conducta proporcionalmente
infantiloide y acrítica. ¡Cuántas veces habremos dicho u oído que parece que
nos toman por tontos! Pues sí, en efecto: es un recurso buscado, no
casualidad ni simple desprecio.
No dan
puntada sin hilo: todos los detalles son examinados, pesados y medidos al milímetro
con estudios continuos sobre el
comportamiento de los distintos sectores sociales. De ahí que una buena
partida de presupuesto que pagamos está dedicado a esos gabinetes de asesores y departamentos de comunicación, esenciales para
manipular y engañar a la población. Si personajillos tan mediocres tuvieran
que actuar y hablar sin estos equipos que les pagamos no darían una en el
clavo. Pero se limitan a asumir el guión, el argumentario que les preparan y
que repiten sin parpadear, sin que importen nunca la verdad o la realidad, sino
la propia conveniencia.
Ciertamente, cuando uno se da cuenta de que le están tomando el pelo, de que lo
están tomando poco menos que por imbécil, monta en cólera y reacciona contra
esa falta de consideración. De ahí que uno de los objetivos es que “el público” no llegue a comprender estos
mecanismos empleados por los de arriba. No en vano los mismos
planificadores de esta manipulación llaman a sus técnicas empleadas “armas
silenciosas”, es decir, que deben pasar inadvertidas.
Pero ¿en la “sociedad de la comunicación” puede mantenerse al público sin
enterarse de todos estos procesos de manipulación? Pues sí. Y eso también lo
saben: “El mundo se divide en tres
categorías de gentes: Un muy pequeño número que produce acontecimientos, un
grupo un poco más grande que asegura la ejecución y mira como acontecen, y por
fin una amplia mayoría que no sabe nunca lo que ha ocurrido en realidad.”
(Nicholas Murray Butler). Y de ahí los elogios y
reverencias de ciertos políticos hacia las mayorías silenciosas.